El despertar del Dragón

Capítulo 2397



Capítulo 2397

Basta

—¿Cómo puede hacer semejante pregunta, señor Lanz? El señor Casas está aquí, ante nosotros, sano y salvo —dijo Zero.

Cleo no se molestó en mirar a Zero. Siguió con la mirada fija en Jaime, sin dejar de mostrar su incredulidad.

—Perseguiste al Tigre Llameante y te adentraste en la traicionera Montaña de las Bestias Demoníacas. ¿No estabas en grave peligro? ¿Y qué pasó con el Tigre Llameante?

Cleo sentía tanta curiosidad que no podía evitar preguntarse qué había ocurrido cuando Jaime se aventuró en las traicioneras profundidades de la Montaña de las Bestias Demoníacas y cómo había conseguido salir ileso.

Teniendo en cuenta la fuerza de Jaime, le resultaría casi imposible escapar de las garras de los peligrosos confines de la montaña.

Sin embargo, era evidente que Jaime permanecía sereno e ileso ante Cleo. Aquella visión dejó a Cleo asombrado y cautivado.

—Cleo, ¿conoces a Jaime? —Hada se sorprendió.

—Sí, nos hemos cruzado varias veces. Incluso nos conocimos en el reino mundano. —Cleo asintió con la cabeza. Content (C) Nôv/elDra/ma.Org.

—Señor Lanz, sólo perseguí al Tigre Llameante una corta distancia, así que no me adentré en la montaña. Salí ileso porque me abrí paso rápidamente —explicó Jaime, dedicándole una sutil sonrisa.

Decidió no mencionar nada sobre la doma del Tigre Llameante. Era su as bajo la manga, y pensaba mantenerlo oculto a menos que se enfrentara a una situación desesperada.

—Tiene sentido. Casi nadie que se aventure en las profundidades de la Montaña de las Bestias Demoníacas sale con vida. E incluso si lo hacen, ¡al menos sufrirían heridas graves! —Tras enterarse de que no se había adentrado en la montaña, Cleo comprendió por fin por qué Jaime seguía vivo.

Cleo tomó a Hada de la mano y le dijo:

—Tenemos que irnos, Hada. El señor Higareda y los demás nos están esperando.

Cuando Cleo estaba a punto de llevarse a Hada, ésta lanzó una rápida mirada a Jaime antes de zafarse con fuerza del agarre de Cleo. Su expresión se tornó grave e incómoda, indicando un cambio en su conducta.

Cleo se quedó inmóvil un instante y miró a Hada con desconcierto.

Habían sido novios desde la infancia y sus familias llevaban mucho tiempo preparando su boda.

Cleo no entendía qué le había pasado a Hada y por qué se había negado a cogerle la mano aquel día.

—¡Basta ya! La gente nos está mirando —dijo Hada mientras caminaba hacia la plaza.

Anonadado, Cleo la siguió de cerca.

—Venga, vamos —dijo Jaime, guiando a Evangelina y Zero hacia la plaza.

La plaza ya estaba abarrotada de gente, y más de diez individuos estaban sentados en la plataforma elevada del centro. Eran con claridad figuras influyentes de los reinos secretos.

Detrás de ellos había cinco jóvenes, entre ellos una mujer que se cubría el rostro con un velo blanco.

—Señor Casas, los cinco jóvenes que están de pie son individuos que han llegado a la Clasificación de Honor Supremo, y la dama del velo es Aislin Yura, la hija mayor de la familia Yura de la Puerta del Cielo. Es la única mujer en la clasificación. El anciano sentado frente a ella es su padre, Quirino Yura, cabeza de la familia Yura. Se le considera el individuo más formidable de los Ocho Reinos Secretos Mayores, con gran influencia y autoridad sobre la Conferencia de Reinos Secretos. El joven que está junto a Aislin es Sigfrido Gracia, el hombre que encabezó la Clasificación de Honor Supremo. También es el discípulo principal de la Secta Violeta Fulmina de la Puerta de la Tierra.

Zero, que poseía un profundo conocimiento de los Ocho Reinos Secretos Mayores, continuó proporcionando a Jaime una explicación exhaustiva.

Eso le dio a Jaime una primera visión de los Ocho Reinos Secretos Mayores.

Sin embargo, cuando Zero mencionó a Santiago del Palacio de la Nube Violeta de la Puerta del Trueno, Jaime entrecerró los ojos y exudó un aura asesina.

Al percibir los cambios en el aura de Jaime, Zero preguntó de inmediato:

—¿Va todo bien, señor Casas?

Al escuchar eso, Jaime contuvo su aura y esbozó una leve sonrisa.

—No es nada. Continúa.


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