El despertar del Dragón

Capítulo 2298



Capítulo 2298

No eres nada

—¡Impresionante! —Vladimir y los demás vitorearon al ver que aquel discípulo era pateado por Alba.

Antes se habían visto indefensos ante el acoso de la Secta Vientofuerte, así que, naturalmente, se alegraron de ver cómo un discípulo de la Secta Vientofuerte recibía su merecido.

Ese discípulo se levantó con una expresión sombría y miró a Alba.

—¿Quién eres tú? ¿Conoces las consecuencias de ofender a la Secta Vientofuerte?

—Soy de la Secta Luminosa. No soporto ver a la Secta Vientofuerte quedándose con todo e intimidando a los demás.

—¿Qué...?

Antes de que pudiera decir nada más, Alba volvió a atacarlo.

Jaime, que también estaba disgustado con la Secta Vientofuerte, se apresuró a unirse a la refriega. Juntos, golpearon a los discípulos de la Secta Vientofuerte.

—Vladimir, ésta es también nuestra oportunidad de vengarnos —dijo José y se lanzó hacia delante, ansioso por entrar en acción.

En ese momento, el centenar de artistas marciales se lanzaron al ataque para dar una lección a los discípulos de la Secta Vientofuerte. Los discípulos fueron golpeados sin piedad hasta el punto de que todos gritaron de dolor y lucharon por sus vidas.

Vladimir, José y el resto se alegraron al ver huir a aquellos discípulos.

—¿Vieron eso? —exclamó Vladimir, encarándose a los artistas marciales—. Nadie se atreverá a ponernos un dedo encima mientras sigamos al señor Casas.

Aquellos artistas marciales ya conocían el nombre de Jaime, pues era muy conocido en el mundo de las artes marciales.

—Vamos —instó Jaime, y luego guio al grupo montaña arriba.

Tras caminar un rato, les asaltó el penetrante olor de la sangre. A continuación, se encontraron con un espeluznante espectáculo de cadáveres aplastados y desmembrados esparcidos por todo el suelo.

Vladimir se adelantó e informó a Jaime:

—Señor Casas, estas personas fueron asesinadas por los de la Secta Vientofuerte. Murieron aplastados por el aura del Dios de las Artes Marciales.

Jaime frunció las cejas al contemplar el espantoso espectáculo que tenía ante sí.

Era aterrador pensar en lo insignificantes que eran los humanos frente al poder absoluto. La mera aura de un Dios de las Artes Marciales era suficiente para aplastarlos hasta la muerte.

—¡Sansón, son ellos! This is property © of NôvelDrama.Org.

Justo entonces, uno de los discípulos de la Secta Vientofuerte regresó con el anciano de su secta.

Cuando Sansón, el tercer anciano de la Secta Vientofuerte, vio a Alba, la rabia nubló su rostro.

—Alba, como discípula de la Secta Luminosa, ¿cómo has podido golpear a los discípulos de la Secta Vientofuerte? ¿No te preocupa que estalle una guerra entre nuestras sectas? —exigió.

La reconoció a ella, pero no a los demás.

Alba replicó:

—Las Montañas Kazillion no pertenecen a nadie, y sin embargo tu secta selló este lugar. ¿No tienes ningún respeto por las otras sectas?

—Humph. ¿Y qué si no mostramos respeto por las otras sectas? ¿Tu secta se atrevería a enemistarse con la Secta Vientofuerte? ¿Y qué pasa con estos patéticos humanos que has traído? Ni siquiera son dignos de estar aquí en las montañas. —Sansón se burló.

Para él, cualquiera que no formara parte de las sectas del reino oculto era patético e insignificante.

Los artistas marciales hirvieron ante las palabras de Sansón, pero no se atrevieron a responder.

Después de todo, comprendían que su poder era insignificante comparado con los de la Secta Vientofuerte.

—¿Quién te crees que eres si ellos son patéticos? A mis ojos, no eres nada —dijo con frialdad Jaime, mirando a Sansón.

—¿Qué estás diciendo? ¡Mocoso! —espetó Sansón.

Su semblante se volvió frío. A continuación, desató su aura de Dios de las Artes Marciales, haciendo que los artistas marciales sintieran una inmensa presión que les hacía luchar por mantenerse erguidos. Incluso estuvieron a punto de escupir sangre.

Alba respondió rápido desatando su aura para resistir a la de Sansón y proteger a los demás artistas marciales, pero no fue rival para él.

A pesar de sus esfuerzos, todos los demás seguían sintiéndose incómodos bajo las interminables olas del aura del Dios de las Artes Marciales de Sansón.


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