Capítulo 211
Capítulo 0211
Cuando el mayordomo Pablo llegó apresuradamente al sótano, Julio ya no estaba allí. Solo vio a su hija acurrucada en una esquina, temblando y disculpándose sin cesar.
-Laura, ¿qué te pasa? -le preguntó muy preocupado.
Uno de los guardaespaldas cercanos le respondió fríamente:
Pablo, el señor ha dicho que ella no es apta para quedarse en los Ferrer. A partir de hoy, él no quiere verla más en Brasmo.
Pablo, con los ojos enrojecidos, lo afirmó rápidamente.
-Sí, sí, la enviaré al extranjero de inmediato.
Laura, ya algo más tranquila, se abrazó con ternura a él.
-Papá, no quiero irme.
Bajó la voz y añadió con tristeza:
-Todo es por culpa de Silvia. Copyright Nôv/el/Dra/ma.Org.
El mayordomo le dio unas suaves palmaditas en el hombro, con una mirada llena de determinación y rencor.
-Lo sé, lo sé todo.
Fuera de la casa, Julio estaba sentado en su coche, encendiendo muy preocupado un cigarrillo
tras otro.
Adrian estaba a un lado informándole sobre el trabajo reciente. Aparte de los proyectos relacionados con Luis, todo progresaba con total normalidad.
-La competencia desleal ha causado un gran descontento entre los accionistas – le dijo Adrian de manera muy diplomática.
Últimamente, Julio había estado muy ocupado con citas y no había ido personalmente a la empresa, lo que había provocado que esos directivos empezaran a quejarse poco a poco y a dar órdenes.
-¿Cuánto tiempo crees qué Luis podrá aguantar?-le preguntó Julio.
Adrian sacudió con fuerza la cabeza.
-Antes podía estimarlo, pero ahora ya no estoy seguro. El grupo detrás de Luis no es nada
despreciable.
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Si se tratara de un grupo extranjero común, Julio ya los habría hecho huir en menos de seis meses. Pero Luis había resistido durante cinco años.
Julio lo sabía muy bien, pero no le preocupaban esas pérdidas.
-Entonces sigue presionándolo. Quiero ver si realmente es una fortaleza impenetrable.
Sabía cuántos atentados había sufrido Luis en el extranjero. Luis tenía un gran respaldo, pero también enemigos. Julio planeaba aumentar la presión, para acabar con él más rápido.
-Entendido.
Adrian terminó su rápidamente informe, pero no parecía tener intención alguna de irse.
Señor, ¿acaso la señorita Orellana está enfadada otra vez?
Si Silvia no estuviera enfadada, probablemente el señor Ferrer no tendría tiempo para él y
mucho menos para quedarse en el coche muy pensativo fumando.
Julio le lanzó una mirada fulminante.
-Si no tienes nada más que decir, vete.
Adrian recordó cómo había logrado calmar a su novia hacía unos cuantos días y no pudo evitar compartir su experiencia exitosa.
-Señor, en realidad las mujeres son muy simples. Solo necesitas consentirlas un poco, decirles palabras bonitas, comprarles algunos regalos, y al instante todo se resolverá…
Antes de que pudiera terminar de compartir su experiencia, se encontró rodando fuera del
coche. 1
Los guardaespaldas que estaban detrás se quedaron completamente sorprendidos. ¿El siempre formal y serio asistente Panadero, rodando por el suelo? Era la primera vez que lo veían
realmente tan desaliñado.
Esa noche, bajo la densa oscuridad, la lluvia continuaba sin cesar. Silvia estaba acostada muy tranquila en la cama, apenas dormida, cuando de repente una mano grande la atrajo hacia un abrazo. El hombre tenía un ligero olor a tabaco y alcohol. No necesitaba mirar para saber en ese momento quién era.
Durante los cinco años que estuvo ausente, parecía haber adquirido bastantes hábitos indeseables.
-¿Te has quedado dormida, ingrata? -le dijo Julio, insatisfecho, la abrazó aún más fuerte.
Hoy, no pudo dormir. Su plan era aprovechar ese mes para hacer que ella reconociera sus errores y entendiera muy bien, quién realmente la trataba mejor. Sin embargo, en tan solo dos semanas, ella ya estaba enfadada de nuevo.
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Silvia mantenía los ojos cerrados, sin querer responderle. Recordaba claramente las palabras hirientes que él le había dicho durante el día: ¡mentirosa! ¡Inválida!
Pensaba
esperar a que sus emociones se estabilizaran un poco al día siguiente para ejecutar su plan. Temía que, si actuaba en medio de su enojo, perdería por completo el control y acabaría provocándolo aún más.
Julio, decidido a no dejarla dormir en paz, la abrazaba y acariciaba con ternura.
-Si te hago esto, ¿soñarás conmigo?